Estampa tradicional en la que aparecen el maestro y el aprendiz a pie de yunque. Foto de internet
HIJO DEL HERRERO
Mi testimonio es válido por verdadero y por "ochentón": siempre me he sentido orgulloso de ser "Hijo de Herrero". Lo he cacareado en público y en privado; es más, lo he respirado a fondo, con placer, en los talleres de la fragua: aspiraba y gozaba reviviendo recuerdos.
De herencia venía la fragua, cuando la madre de mi padre (abuela María) quedó viuda a sus treinta y seis años y tuvo que poner un cajón al pequeño de la casa (mi padre Pedro) para poder alcanzar el yunque. Eran mujeres casi el resto de la familia, dedicadas a la confección y plancha de ropa.
Desde mi infancia viví, dormí, jugué, al ritmo del martillo. La fragua era el portal normal de entradas y salidas y el primer beso del día era para mi padre, a pie de yunque y por encargo de mi madre, María. Allí siempre ardía el "rincón" con sagato caliente y con algo para picar en todos los momentos: era la prolongación del hogar y casi su símbolo más atractivo.
Mi hermano, Pedro, siempre al lado del padre, se hizo tan "profesional" como nuestro padre: un prestigio fue traspasando Pozo-Cañada y sus aldeas, llenó de arte con la forja manual Albacete, Madrid, Barcelona...
Todo auténtico y valorado. Nos detenemos en la fachada del Obispado de Albacete y valoramos rejas y balconada. Miren y comprueben. También vean la verja que rodea Los Jardinillos de la Feria: Buena faena para un lugar tan tradicional y querido en Albacete.
De mí mismo estudiantillo, desde los doce años en el Seminario de Murcia, y después en Albacete, sin apenas días de vacaciones, sólo pude colaborar en tirar de la cadena del "fuelle", cuando se iba la energía del ventilador eléctrico, y -casi por diversión- atizar leña para caldear en la calle el círculo de fuego, para "poner aros" a los carros. Me encantaba la música del "maestro y los dos oficiales" cuando arreglaban en enorme eje de galera: una auténtica sinfonía de arte.
Después... demasiado pronto... nos dejó el "maestro" y todo quedó en manos del nuevo profesor, Pedro, con sus treinta años jóvenes. La modernidad cambió los arados y vertederas, a la carpintería metálica y el arte de la forja, pero la profesionalidad y el prestigio sigue vivo. La excavadora y los constructores arrasaron lo antiguo y surgió un barrio nuevo.
Un yunque siempre quedará de testigo. También yo, cura mayor, he sacralizado en un cuadro lo que es "fruto de la tierra y del trabajo del hombre": Sobre el yunque, como altar, está el pan de la madre y del interior del yunque, como un Sagrario, manan todos los Sacramentos. Ah, y unas notas musicales y dos palabras: AMEN, ALELUYA, o sea, ESTUPENDO, VIVA.
(Juan Miguel Romero López)
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