“La lumbre acompaña”,
decían siempre mis abuelos.
Ahora, lo repiten mis padres
cada día del largo invierno,
mientras encienden la chimenea.
saben de lo que hablan.
Los acompañó en los buenos
y malos momentos.
Los sirvió de reunión,
de consuelo y de alimento.
Alrededor de ella cantaron,
velaron y lloraron.
La lumbre ha estado siempre presente
en nuestras casas,
como un miembro más de la familia.
En ella se han cocinado pucheros
con poco alimento y muchas bocas;
se han secado ropas y lutos,
y han calentado manos incansables
rebosantes de trabajo y grietas.
La lumbre ha hecho casa a un puñado de tablas de madera y paredes de adobe,
en los lugares más remotos
de nuestra querida y mágica tierra.
Ha dado luz cuando el camino
era oscuro e intransitable.
©Pedro Pablo Romero Soriano RS
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