El humo de tus cilindros
cubre los campos de niebla
y reviste los sembrados
con una tástana negra.
El ruido de tus motores
sin armonía y sin métrica
va marcando embrutecido
de poder y de soberbia
un himno sucio de grasa
sobre la naturaleza.
Temblando las amapolas
bajo tus zarpas se secan;
el canto de las alondras
con tu ronquido se anegan
y parece la campiña
un campo en tiempo de guerra.
Esos caballos de acero
que en tus entrañas se encierran
no tienen sangre de macho
para engendrar en la yegua.
Por eso ya no relincha
ni retoza, ni se encela,
ni se le ve en el centeno
mamándole la muleta.
Esos discos afilados
que se alinean tras tus ruedas,
suponen éxito y gloria
para los hombres de ciencia;
pero echa la vista atas
y verás la consecuencia.
Doblado de tanto arar
sin gloria y sin recompensa,
otro hombre, pardo de escarchas,
de soles y de tormentas,
hato al hombro, sin destino,
va por caminos y sendas
añorando un pan de trigo
con que amainar su miseria.
Te impones, porque al progreso
no hay nadie que lo detenga,
pero eres feo, prosaico...
Tus surcos en línea recta
dan un aire a la besana
de incienso y de cosa muerta.
Falta en tu labor poesía
que lleve sangre en las venas,
que le lata un corazón
y... que le para una yegua.
Eso te falta, tractor,
eso que el sabio no inventa.
Te impones porque es preciso
hincar más honda la reja,
que se hace el mundo muy grande
y la tierra muy pequeña.
Falta pan para llenar
la boca de tanta fiera,
y contigo se consigue
a base de hierro y fuerza.
Pero tu harina no es blanca,
ni se esponja ni alimenta;
el trigo para ser trigo
necesita su... solera:
Moñigos entre gasones
batidos con vertedera
y el sudor de los muleros
que va empapando la tierra.
Pascual Cantos Mira
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