
EL PEQUEÑO COMERCIO
Aquel pequeño comercio que antaño era el lugar de reencuentro entre vecinos. Donde todos y cada uno de los que allí se encontraban tenían nombre e historias detrás.
Comercios nacidos de la necesidad. Algunos pasaron de padres a hijos, otros nacieron sin más, con los pequeños ahorros, y ahí estaba el paraíso al que todos iban a comprar.
El tendero o tendera que nos atendía, con aquellas libretas donde sumaban las cuentas de los que no podían pagar en el momento. ¡Cuántos favores habrán hecho más de uno a los tantos que no llegaban a fin de mes.
Tardes de encuentros, que tras dar la tanda, se iniciaba las conversaciones típicas de la vida.
Madres cuyos hijos estaban en el servicio militar, criadas de señoritos, algún perdido en ese barrio….Todo fue evolucionando con el tiempo.
Aquellos ultramarinos, aquellos pequeños comercios donde la vida fluía con mil historias, fueron adaptándose a los nuevos tiempos, a las nuevas gentes, a la nueva situación.
Hoy en día esos comercios de antaño, como los nuevos iniciados por emprendedores de buscarse la vida sigue en activo, con más pena que gloria.
La competencia desleal de las grandes superficies ha hecho más daño que favor. De todos nosotros depende que estos lugares, que estos reductos de mil historias sigan adelante.
De todos nosotros, y sobre todo de un sistema que tiende a marginarlos, a asfixiarlos sin más.
Esos pequeños comercios, cuyos dueños abren día a día con la ilusión de ofrecer lo mejor de ellos mismos.
Apostemos por los pequeños comercios.
Texto: Rosa Delgado
Fotografía: Blog la Colegiala
Tenía Baldomero un ultramarino, donde tenía todo lo imaginable; galletas, latas de atún, tarros con especias....Los sábados por la tarde, de la mano de la abuela, solía ir a visitarlo.
Baldomero era un señor mayor, eso me parecía entonces, calvo y con una nariz enorme. Tenia unos ojillos achinados, y una sonrisa que nunca desmerecía. La abuela decía que era un buen hombre: cuándo la necesidad apretaba, solía fiar, apuntando todo en una libreta que guardaba en un cajón de madera. Siempre me daba un caramelo de café con leche de la marca el avión. Me gustaba mucho el sabor, y cómo se enganchaba a mis pequeños dientes. Decía Baldomero que esos caramelos los traía de Logroño, y que eran porciones mágicas para endulzar la vida.
En la tienda, solían reunirse los vecinos del barrio, que al entrar, pedían la vez, y tras ello, se enzarzaban en conversaciones sobre la vida. Decían que pasaba muy rápida, que los achaques pronto aparecen, qué hay qué ver lo que tenemos que tragar...Yo los escuchaba, y no entendía tanto lamento. Estarían faltos de caramelo, pensaba, mientras no dejaba de observar un enorme bacalao en salazón. Le atosigaban a preguntas sobre los precios, y él siempre respondía atento.
El nombre de ultramarinos me tenía intrigada, y aquel día, mientras él despachaba a la abuela, le pregunté que significado tenía. Baldomero empezó a relatar que, mucho tiempo atrás, los marinos, surcaban los mares para traer especias, cafés y productos que estaban muy lejos, y por ello, pusieron el nombre de ultramarinos a los establecimientos dónde podíamos encontrar todos aquellos manjares que nos quedaban tan remotos. Yo lo miraba fijamente, sin duda, Baldomero, surcaría por las noches la playa de Mataró; tendrían que ser los piratas los que le ofreciesen aquellos caramelos de Logroño. Por mi mente, navegaban todos y cada uno de aquellos alimentos, colocados en una pequeña barca que, Baldomero tendría amarrada en la playa. Ese día decidí que quería ser cómo él. Tras pagar la cuenta, la abuela me cogió de la mano, despidiéndose del buen hombre. En mi pequeño bolsillo, anidaban dos caramelos de café con leche...Nunca olvidaría aquellas tardes de sábado en el ultramarino...
Autora Texto: Rosa Delgado
FUENTE:
https://www.facebook.com/laalacenadedonquixote/photos/a.446276288731206/6090716704287108
(Texto: Rosa Delgado)
Fotografía: Interior del Ultramarinos La Confianza (Huesca), en activo desde 1.871.
viajes.nationalgeographic.com.es
Pedro Pablo Romero Soriano PS
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