Recuerdo muchas de aquellas tardes, cuando la tormenta solía aparecer. Desde el salón de casa de la abuela, veíamos a través de la gran puerta de cristal que daba al patio, pequeños rayos y truenos enfurecidos.
Se apagaba de inmediato la televisión, casi de cuclillas se acercaba la abuela a la misma, mientras no dejaba de observar el pequeño pañito de ganchillo que la adornaba.
Sigilosa se acercaba a un pequeño armario, donde palmatoria, velas y cerillas compartían sueños.
Me llamaba por mi nombre, mientras afanosa se disponía a encender la vela desgastada.
Siempre me llamó la atención las pequeñas lágrimas que acompañaban a la misma, duras y compactas, como un recuerdo de otras tardes donde la cera se iba consumiendo poco a poco.
Todo quedaba a oscuras, y la pequeña palmatoria nos alumbraba.
Era entonces cuando las historias lejanas se hacían presentes, contadas con todo detalle por la abuela.
Podía llegarla a ver en su infancia, alrededor de una gran chimenea.
Llegaban a mí olores de romero y tomillo, cuando contaba aquellas andanzas que vivió en el estraperlo.
Estraperlo, como me cautivaba aquella palabra… Relatos de su noviazgo, de sus risas y sus suspiros.
Al fondo, los rayos seguían alumbrando la estancia fugazmente. Mis pupilas se agrandaban, mientras no dejaba de mirarla.
Sus manos iban danzando al compás de los relatos.
Mi mente se trasladaba a un mundo perdido en el limbo. Sensaciones e imágenes que iba inventando al escucharla.
Aquellas tardes de tormenta, donde sentía más que nunca un intenso calor familiar…un calor de entes imaginados…Tardes de tormenta.
Texto: Rosa Delgado
Fotografía: Escenografías para el belén.
FUENTE:
https://www.facebook.com/laalacenadedonquixote/photos/a.1191898097502351/7981300971895329/
LA ALACENA DE DON QUIXOTE
©Pedro Pablo Romero Soriano RS
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