EL CANDIL
En las tardes de sábado, en aquella casa de campo donde solíamos pasar los fines de semana, me gustaba salir al jardín. Allí, mi padre tenía un carro; un viejo carro que compró para tener presente sus orígenes.
En el carro había toda clase de aperos de labranza, algunos del abuelo, otros recopilados, y colgado de un extremo un candil de aceite.
Me gustaba acercarme al carro, y tocar todos esos objetos que me quedaban lejanos, pero sin duda, el que más me gustaba tener entre mis manos era aquel candil envejecido por el paso del tiempo y el uso.
Lo observaba con atención, una pequeña mecha, casi diminuta, y un olor a aceite rancio me trasladaba a aquellas historias que mi padre tantas veces me había contado.
Intentaba imaginar aquellos tiempos, donde el asueto y la infancia no existían; donde los ojos de mi padre brillaban tan solo al encender aquel pequeño candil y hacer sus cuentas, leer aquellos libros que guardaba como un Potosí.
Cerraba los ojos y parecía que aquel pequeño objeto me transmitía todos aquellos momentos perdidos en la memoria de mi progenitor…
A la luz del candil, donde aquella mancha profunda intentaba despertar…
Seguía observándolo, acariciándolo, y así entre sensaciones y emociones pasaba aquellas tardes de sábado, jugando con aquel candil que tantas alegrías le había dado a mi padre...
Texto: Rosa Delgado
Fotografía: Pueblos de España, candil antiguo de Génave (Jaén).
©Pedro Pablo Romero Soriano RS
No hay comentarios:
Publicar un comentario